23 mar 2012

5. Buscándote...






Aparto de un manotazo las sábanas empapadas de sudor e intento recobrar la respiración aspirando grandes bocanadas del aire viciado de mi cuarto. Hace días que no salgo ni permito a ningún doggen entrar; me importa una puta mierda que hagan cola a mi puerta, desesperados por limpiar... pongo una mano sobre mi pecho y el tacto bajo mis dedos me recuerda a una jaula recubierta de piel. Joder! He empezado a alimentarme y a hacer gimnasia con regularidad, pero sigo siendo un puto saco de huesos. Si no hubiese disparado al cigarro de mi hermano V, ni siquiera me habrían permitido salir a las calles; nunca, desde que Darius me cogió bajo su ala y se convirtió en mi whard, he tenido que probar mi valía. Soy el miembro más viejo de la hermandad, más que el propio rey ciego, y aún así... mi rey, mis hermanos, ya no confían en mí: Bien por ellos!

No es ese el problema, lo sé bien. El problema es que mi Wells sigue acercándose a mí cada vez que cierro los ojos y cada vez me siento incapaz de alcanzarla; da igual lo alto que la llame, lo mucho que corra para llegar a ella; no importa lo profunda que sea mi desesperación ni lo rápido que las lágrimas quemen mi piel mientras grito su nombre; jamás puedo tocarla. Sus mejillas siguen siendo pétalos suaves sobre alabastro, su pelo una llama viva y sus ojos el escocés más añejado o el jerez más dulce. Veo sus labios moverse, rojos sin necesidad de artificios, prometiéndome, como siempre, el sabor del néctar en su boca, pero no puedo oír sus palabras.

Hace semanas que no duermo; semanas que he ocupado, día y noche, en tumbarme mirando al techo imaginando que vuelvo atrás en el tiempo y le digo a mi hembra que he llegado pronto del trabajo y que yo la acompañaré a solucionar el asunto de las manzanas para el festival... Ah, santa mierda! Si tan sólo hubiese regresado un par de horas antes, una hora, unos minutos antes que ese hijo de puta... Es absurdo cómo doscientos años pueden irse por la borda en un segundo, cómo trescientos años de luz pueden apagarse con un sólo disparo! Al final, y tras haber terminado la bandeja que mi hijo me dejó en la puerta, he acabado por dormirme; supongo que el cuerpo tiene un límite y el mío se ha hartado de que le toquen los cojones, así que ha tomado las riendas y me ha enviado de cabeza a divertilandia, al infierno Tohrmentiano, a mi Dhunhd particular. Creo que mi subconsciente ha llegado a interiorizar la idea de que, si consigo alcanzarla aunque sólo sea una vez, aunque tan sólo pueda tocar el borde de su vestido, o uno de sus rizos, si consigo que se detenga y me espere, podré salvarla. Pero nunca lo consigo, y mi shellan, mi hermosa shellan, la luz de mi vida, el corazón que late en mi pecho, se pierde en la niebla obligándome a correr tras ella, hasta que esta máquina maldita que late tras mis costillas, forzada al máximo, amenaza con matarme de un puto infarto... no tendré esa suerte; siempre me despierto gritando su nombre, con la cara mojada por las lágrimas que siguen saliendo de no sé qué maldita fábrica inagotable, y con las sábanas empapadas de un sudor que huele a fracaso y desesperación.

Froto mi rostro con las manos y respiro con la boca abierta, lentamente, resoplando en el silencio del cuarto como un caballo agotado que ha sido obligado a galopar toda la noche. Tengo que levantarme y ducharme, pero no me importa una mierda la cuestión higiénica, y menos aún la de la comodidad... quizás haya suerte y dormir sobre una cama mojada consiga matarme de una neumonía. Me quedo mirando la puerta durante un buen rato, el techo después, la mesilla de noche totalmente vacía, el cuarto decorado profusamente y tan distinto al que compartía con mi shellan; todo es frío, nada hay mío en esta estancia, tan sólo el cascarón vacío de mi cuerpo luchando por sobrevivir en contra de mis deseos. Tumbado boca arriba, con las sábanas enrolladas en mis tobillos, alzo mis manos a la altura de mis ojos. Son manos de guerrero, de Hermano, manos rudas que han manejado armas y herramientas con la misma facilidad, manos que iban a guiar a nuestro hijo y resultaron ser tan inútiles como soñar con traerlos de regreso... me incorporo de repente en la cama con un gemido angustiado: En mi pesadilla, Wells tiene el vientre liso, no hay en su vestido ninguna curva suave que indique que lleva a nuestro bebé... es mi castigo por no haberle amado como ella lo hizo? El no poder, ni siquiera, soñar con él? Joder! En mi desesperación he llegado a pensar que, si mi Wells hubiese muerto durante el parto, al menos habríamos tenido la oportunidad de salvar al bebé, a una parte suya que viviría para hacerla eterna e inmortal.

Oigo pasos al otro lado de la puerta; pronto John vendrá a hacerme su visita diaria;se sentará en la silla frente a mí, inmóvil, sus manos unidas y caídas entre sus rodillas, su mirada baja y su cabeza apuntando al suelo. El ritual nocturno en el que mi hijo espera a un padre que no consigue encontrar el valor para resucitar. Mi hijo ya es un macho adulto, un macho de valía y un guerrero por derecho propio, ya no me necesita, o al menos eso es lo que intento repetirme hasta que yo mismo pueda creerlo, porque de lo contrario tendría que ponerme de pie ante él y reconocer que soy un bastardo egoísta que le ha abandonado como otros hicieron antes. No me avergüenza la suciedad de mi cuerpo porque no me importa lo más mínimo lo que sea de mí, pero John no se merece la peste que me acompaña; me meto en la ducha y abro el agua caliente hasta que siento que puedo ponerme a hervir bajo los múltiples chorros. Al cabo de unos segundos, el vapor ha cubierto por completo los cristales de la mampara y sólo se distinguen siluetas desdibujadas al otro lado. De repente, una figura parece hacerse presente tras la superficie empañada... una figura delicada, etérea, un olor a violetas inunda el cubículo y abro la hoja con rapidez, pero no hay nada, no hay nadie... cierro de nuevo y de nuevo la vista me juega una mala pasada. Dejo que mis dedos resbalen lentamente volviendo transparente la puerta de la ducha; me apoyo contra la superficie de azulejos y dejo que el agua caiga con fuerza arrastrando una vez más las lágrimas más cobardes, las inútiles, las que no conseguirán traerlos de vuelta... dejo caer mi cabeza y mi espalda se desliza hasta quedar sentado bajo el agua que continúa cayendo... cuando llega mi hijo le brindo una imagen maravillosa: Un esqueleto patético y sollozante, repitiendo el nombre de sus muertos una y otra vez...


 



Me mata verle torturarse día tras día y noche tras noche... Es cierto que está algo más fuerte que cuando Lassiter lo trajo de vuelta, pero ni por asomo igual a cualquier macho de la raza. Su mente sigue ausente salvo cuando salimos a las calles, pero parece que sólo entonces su furia y su pena le hacen renacer con un sólo objetivo: Matar.

En el suelo encuentro la bandeja que ordené que le subieran. Al menos esta vez ha comido algo... Mi viaje al infierno empieza en cuanto atravieso la puerta de su cuarto. El olor a jabón que se filtra bajo la rendija del baño contrasta con el olor a sudor, lágrimas, pena y alcohol que inunda cada centímetro de la estancia. Vacía... ni una cosa de él que no sean sus ropas o sus botas de combate sucias tiradas por el suelo. En la mesilla una botella de Cuervo vacía y un vaso limpio a su lado.
Me siento en la cama y espero. Deben haber pasado 20 minutos y el ruido del agua al correr sigue repiqueteando en el lavabo. Respiro hondo y acerco mi frente a la puerta. Llamo una vez, dos, pero no hay respuesta y al entrar vuelvo a sorprenderme de su estado como si fuera la primera vez que lo veo. El que un día me recogió asustado y me llevó a su casa para cuidarme y educarme como un hijo yace en el suelo de la ducha; un amasijo de huesos y unos ojos sin vida, hinchados por el dolor... Cojo una toalla y abro las puertas correderas. Me arrodillo delante de él. Sé que detesta la compasión así que le tiendo la toalla y le ofrezco mi mano. Cuando alza su rostro para mirarme gesticulo sin poder evitar mostrar mi preocupación.

- “Padre... déjame ayudarte, por favor..."



 



Veo frente a mí al macho en que se ha convertido, al guerrero letal del que cualquier padre se sentiría orgulloso... y sólo puedo sentir vergüenza. La vergüenza de no haber estado ahí para él cuando atravesó el momento más importante de su vida; la vergüenza de haberlo abandonado, como todos hicieron antes, en el momento más triste. Mi propio dolor no justificaba la huída cobarde, la ausencia y este regreso que es más un fracaso que una llegada a casa. Su cuerpo, mucho más grande que el mío, ocupa casi todo el espacio frente a la mampara de la ducha. Me humilla verle de rodillas, dispuesto una vez más a tender su mano al macho que le ha fallado, dejándole en la estacada, demostrándole que toda su fortaleza era una jodida mentira. Tiendo mi mano, que a pesar de todo lo sucedido conserva el pulso firme como una roca, y le permito que me ayude a incorporarme; la toalla que me tiende envuelve mis caderas en un segundo para no seguir mostrando mi patética condición física, y en mi interior se fortalece la idea de volver a ser el que era, al menos en fuerza y tamaño. Miro sus manos hablando lenta, dolorosamente, y alzo mi vista para clavarla en la suya.

- No hay ayuda, hijo, no hay...

Mi voz se quiebra y me juro a mí mismo que será la última vez que me muestre así ante mi hijo. Observo el cuarto e intento verlo a través de sus ojos.

- Lamento todo esto- mi mano señala, en un ademán nervioso, el desorden y la suciedad- yo... no... llamaré a los doggens para que limpien.

Sé que no es lo que espera oir de su padre, pero creo que no tengo nada bueno para ofrecerle, al menos no todavía. Me siento sobre la cama dejando que la humedad resbale desde mi pelo, enfriando aún más mi piel insensible. Froto mi pecho con una mano, como si pudiese calmar el dolor fantasma que me ataca con fuerza.

- Sé que no hay excusa, John, ni pretendo que comprendas lo que siento... mierda! no se lo desearía a nadie, pero... puedes imaginar por un simple segundo lo que sería vivir sin tu shellan?

Veo el dolor en sus ojos; soy un hijo de puta por el simple hecho de plantearle esta posibilidad, por hacerle pensar en ello.

- Perdóname, hijo, no debería haber dicho eso... sé que tú también la perdiste.

Me levanto de la cama y me sitúo frente a él. Lanzo una mirada a su pecho amplio, a sus hombros rígidos, a su postura tensa, que indica el dolor que arrastra, al igual que yo, como una mortaja.

- Yo... joder! no sé cómo salir de esto, hijo, pero te juro que voy a intentarlo. Quizás... - la vacilación en mi voz le hace mirarme esperanzado como hace tiempo no le veía- quizás podríamos entrenar juntos. Estoy comiendo por dos, pero aún así me cuesta subir de peso.

No digo en voz alta lo que ambos sabemos, que el tomar de la vena me haría recuperar la masa muscular que he perdido y la fuerza que ya no recuerdo haber poseído alguna vez. Espero su reacción, la respuesta a mi oferta, aunque sé que no merezco su atención ni su ayuda.

- Lo intentaré, John, te lo juro. No quiero perderte también a ti.

16 mar 2012

4. Sueños rotos






Todo empezó en el bosque. Yo solía escaparme de casa y de las citas sociales de la glymera. Padre y madre, desde que pasé mi transición, se empeñaban en emparejarme con un macho acaudalado que reforzara su estatus y posición de leahdyre . Para evadirme, solía escaparme al bosque, a la intimidad que me ofrecían los árboles. Era joven y soñadora, y creía todavía en el amor. Sabía que entregarme a un macho como una mera transacción, no podía ser mi destino... Yo quería vivir aventuras, ser amada y deseada con pasión y formar una familia con alguien que suspirara por mí cada amanecer cuando regresara al hogar. Pero el destino me tenía preparada una jugada cruel...

Una noche él me estaba esperando en mi lugar secreto. Nada más llegar, sentí una extraña presencia... ese ser no era vampiro, ni humano... y de él emanaba una fuerza maligna. No me di cuenta de lo que era hasta que fue irremediablemente tarde. Sentí mi mente doblegada a su voluntad y entonces lo supe... sympath... la palabra prohibida... Una carcajada y una voz libidinosa invadieron mi cabeza. Él me llamaba por mi nombre una y otra vez en un hipnótico canto y yo... yo no pude resistirme a él...

Tomó mi mente alimentándose de ella: mis pensamientos, mis recuerdos, mis sentimientos, cada pequeño secreto escondido en mi cabeza, hasta que no quedó nada; ningún sueño, ninguna esperanza... Fue él quien mató mi cuerpo, mi alma y mi corazón.

De día me encadenaba con grilletes a la cama y me abandonaba entre esas cuatro paredes. Me dejaba sola, y era era en esos momentos, cuando no me acechaba su presencia, que volvía a ser dueña de mi mente. Entonces la desolación embargaba mi alma al saber que, bajo el sol, absolutamente nadie de mi especie iba a encontrarme allí... Pasaba esas horas aterrada, esperando el anochecer, cuando él volvería a por mí, y siempre lo hacía... Era cuando regresaba que provechaba para adueñarse de mí, cuando todavía podía aspirar de mi cuerpo y mi alma el miedo y la rabia. Cuando absorbía ese resquicio de esperanza que me albergaba al caer la noche, instantes antes de que llegara. Disfrutaba con ello, arrebatándome anochecer tras anochecer mis esperanzas, insuflando derrota y miedo... Le gustaba tomar mi cuerpo entonces, cuando todavía tenía fuerzas para resistirme, cuando luchaba y pataleaba atada a los grilletes de esa maldita cama. Me tomaba una y otra vez hasta que mi cuerpo y mi mente se rendían de nuevo. Hasta que me dejaba vacía de esperanza , incluso de miedo... cuando ya nada quedaba de mí, entonces me soltaba. En su presencia yo no era ya ningún peligro: ni mis colmillos ni la fuerza de mi raza podían servirme ante ese ser demoníaco que se alimentaba, de todas las formas posibles, de cualquier soplo de vida que habitara en mí...